martes, 15 de abril de 2014

El Gato

El gato dormía. Despatarrado en el sillón soñaba, y movía la pata trasera como espantando algo, en un movimiento mecánico e insistente. Soñaba con las palabras que escuchaba y les daba nuevos significados. Y es que soñaba que no era un gato, sino que era un humano y hablaba con otro humano sobre algo parecido al derecho familiar, y no entendía lo que le decían, pero asentía una y otra vez, para dar tranquilidad a su interlocutor. Porque él sabía que estaba hablando con otro gato, pero era otro gato disfrazado, porque no era gato, sino humano de traje camuflado, o más bien era gato pero aparentaba que era un humano. Como sea, aparentaba también saber mucho y nuestro gato se aburría horriblemente con toda esa palabrería, pero no tenía más remedio que aguantar, porque era así, era eso lo que había que tragar cuando uno era humano y tenía responsabilidades... de pronto le dio frío y el gato se despertó en el sillón blanco, entreabrió un poco los ojos y estiró pesadamente sus patas delanteras, para hacer sonar su columna vertebral, y después, se enroscó de nuevo en su postura habitual. Echó una mirada a la gata que tenía durmiendo al lado, y notó que también ella soñaba, pero no movía ni un músculo: ella en cambio, maullaba entre dientes, como si conversara con alguien. He aquí la dualidad del mundo: los humanos no existen como tales, son gatos que están soñando. Los humanos son las pesadillas de los gatos... y eso es todo lo que hay. Cuando vea a un gato, él creerá que es un humano lo que usted tiene ante sus ojos. Y cuando vea a un humano, sepa que sólo está contemplando a un gato que sueña.

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