El
gato dormía. Despatarrado en el sillón soñaba, y movía la pata
trasera como espantando algo, en un movimiento mecánico e
insistente. Soñaba con las palabras que escuchaba y les daba nuevos
significados. Y es que soñaba que no era un gato, sino que era un
humano y hablaba con otro humano sobre algo parecido al derecho
familiar, y no entendía lo que le decían, pero asentía una y otra
vez, para dar tranquilidad a su interlocutor. Porque él sabía que
estaba hablando con otro gato, pero era otro gato disfrazado, porque
no era gato, sino humano de traje camuflado, o más bien era gato
pero aparentaba que era un humano. Como sea, aparentaba también
saber mucho y nuestro gato se aburría horriblemente con toda esa
palabrería, pero no tenía más remedio que aguantar, porque era
así, era eso lo que había que tragar cuando uno era humano y tenía
responsabilidades... de pronto le dio frío y el gato se despertó en
el sillón blanco, entreabrió un poco los ojos y estiró pesadamente
sus patas delanteras, para hacer sonar su columna vertebral,
y después, se enroscó de nuevo en su postura habitual. Echó una
mirada a la gata que tenía durmiendo al lado, y notó que también
ella soñaba, pero no movía ni un músculo: ella en cambio, maullaba
entre dientes, como si conversara con alguien. He aquí la dualidad
del mundo: los humanos no existen como tales, son gatos que están
soñando. Los humanos son las pesadillas de los gatos... y eso es
todo lo que hay. Cuando vea a un gato, él creerá que es un humano
lo que usted tiene ante sus ojos. Y cuando vea a un humano, sepa que
sólo está contemplando a un gato que sueña.
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